Recordó cómo, durante la adolescencia, cuando cunden tantos sentimientos encontrados y nace el sentimiento de incomprensión y la rebeldía contra el mundo de los adultos, alguna vez había pensado suicidarse. Por supuesto, sin demasiada resolución. Pero en otras ocasiones se había imaginado a sí mismo lejos de ese mundo del que se sentía harto y asqueado. Y se había visto huyendo de incógnito al continente latinoamericano, haciendo una vida nueva, lejos de todo, de todos, sin que nadie lo supiera. No fue más que una ilusión adolescente y sin fundamento, aunque en algún momento posterior le tocaría tomar una decisión semejante. Pasados los años de la adolescencia, la idea quedó en el olvido, hasta esta madrugada en la que pensaba estar soñando. Recordó que el ser humano no tiene mecanismo ni modo alguno para distinguir el sueño de la realidad. Sin embargo, utilizó el tradicional recurso del pellizco. Efectivamente, era real lo que en ese momento estaba sucediendo.
Alea iacta est, recordó. La suerte está echada. Aquella sentencia le trajo gratas remembranzas. De cuando tenía trece o catorce años. En el colegio estudiaban latín. Don Doroteo, el sacerdote que dirigía la pequeña escuela católica, les enseñaba aquella lengua muerta. Hacían muchas traducciones. Era lo que más les gustaba, mucho más que estudiar declinaciones y conjugaciones. Las traducciones hablaban de historias lejanas, heroicas, interesantes; páginas que contaban una historia remota pero trascendente.
En una de aquellas traducciones estaba la famosa sentencia. Era un fragmento de De vita Caesarum, del historiador romano Suetonio. Julio César, gobernador de la Galia, rodeado por sus generales y su poderoso ejército, está a punto de cruzar el río Rubicón, límite entre Italia y la provincia romana de la Galia. Después de conquistar y gobernar la Galia, pretende ahora llegar a Roma, donde piensa enfrentar a un enemigo aún más difícil, el enemigo al interior de Roma: la autoridad del Senado y del no menos poderoso general Pompeyo, otrora amigo y yerno.
Cruzar el río era una decisión que dejaría profundas huellas en la historia. Julio César era consciente de ello.
En la ilustración que acompañaba al texto latino se veía a César, inmóvil frente al río, con una pierna apoyada sobre una roca, como graficando sus deseos de someter a Roma a su voluntad, pensativo, con la mirada perdida en el horizonte, como tomando conciencia de la trascendencia y gravedad del momento.
De repente, parece que despierta de aquel momento de profunda meditación, se gira, mira a los generales que le acompañan y, como para que participen de su sueño, proclama en alta voz aquellas palabras que pasarían a la historia: Alea iacta est. La suerte está echada. Ya está decidido. Después de mucho meditarlo. No dejaremos que la historia siga su curso sin intervenir. Hoy cambiará definitivamente. Yo, con ustedes, la vamos a cambiar, por este paso que vamos a dar. No hay otro destino que la intervención, la decisión y ejecución de los proyectos que animan el fondo del corazón del ser humano. Si no intervienes en tu historia, te haces esclavo de ella.
César asumía todos los riesgos y dificultades que entrañaba aquella decisión. Ya no había vuelta de hoja, no había cómo retroceder. Sólo cabía jugar con todo y asumir las consecuencias. Era un paso irrevocable.
Aquel relato, con aquel mensaje, había reposado por años en el fondo de la memoria de Martín. Ahora, por primera vez, lo rescataba de aquel fondo y lo sentía tan actual. Hacía referencia a su propia vida, a este momento vital en el que cruzaba no un río, sino todo un océano. Su vida ya nunca sería la misma. Las condiciones externas e internas, las experiencias, los sentimientos y emociones, su forma de ver e interpretar la vida y el amor, la fe, las relaciones… todo quedaría absolutamente condicionado por aquel paso. Era una decisión pensada, meditada, deseada…
Aunque sí la primera, no sería la última vez. Años después y en aquel mismo continente que ahora iba a ser su hogar, se vería impelido a tomar otra decisión trascendental que, igualmente, cambiaría por completo el curso de su vida.
Publicado en: http://www.bubok.com/libros/202350/ALEA-IACTA-EST
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