EL SALTO (3)

En ese momento despertó Ramón, su acompañante, hombre que le doblaba en edad, con mucha más experiencia, pero que también llegaba por primera vez al nuevo continente. Hacía años que se conocían y compartían ideales.
—Buenos días, Ramón. Bienvenido a América.
—Buenos días, Martín. ¿Qué hora es?
—Son las cinco de la madrugada. Ya estamos llegando —susurró Martín—, se ven luces; el piloto avisó que inicia las maniobras de aterrizaje.
En poco tiempo el avión tomó tierra, sin novedades, después de once horas en el aire. La escala iba a ser de una hora y cuarenta y cinco minutos. Suficiente para desayunar, cambiar impresiones, estirar las piernas y escribir las primeras sensaciones y reflexiones, para que no se pierdan.
—Fíjate, Ramón, nuestras familias y amigos ya estarán comiendo o haciendo la siesta y nosotros recién desayunando.
—Sí, pero con tantas comidas que te dan en el avión y con el cambio de hora pierdes la noción del tiempo.
—¿Tomamos un café?
—Sí, ya me apetece.
Al fondo de la sala se ve una cafetería, con dos fornidos camareros de raza negra. Ramón pide un café y Martín café con leche. Fue una anécdota que no la olvidarían nunca; el primer contacto humano en América Latina y la primera oportunidad de desidealizar la bucólica imagen del continente. El negro alaba el café que les va a servir, “auténticamente americano”, y les sirve una taza de agua y un frasco de café en polvo soluble. Martín y Ramón se miran y sonríen a la vida, como quien dice “¡Esto es América!”. A fin de cuentas, sólo les costó dos dólares empezar el proceso de desmitologización.

Publicado en: http://www.bubok.com/libros/202350/ALEA-IACTA-EST

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