EL SALTO (4)

Después del desayuno se sentaron en los asientos destinados a los pasajeros, lo más cerca que pudieron de los ventanales. Todo el viaje fue de noche. Ahora, ya en la sala del aeropuerto, eran las cinco y cuarenta y cinco de la mañana. Empezaba a amanecer. El viaje había sido largo, pero no se les había hecho pesado. Incluso habían podido conciliar el sueño varias veces. Poco a poco, según avanza el amanecer, el paisaje en torno al aeropuerto empieza a tomar color. Desde los grandes ventanales de la sala se observa que los alrededores del aeropuerto, hasta hace poco oscuros, van verdeciendo. Martín y Ramón pueden ver, por primera vez, el paisaje americano. Lo sienten hermoso. Será su nuevo hogar.
Algunos pasajeros están leyendo, conversando o durmiendo, pues la noche había sido corta y el sueño entrecortado. Martín tomó una hoja de papel que llevaba en la maleta de mano y se puso a escribir, con la conciencia de que eran las primeras líneas de su nueva vida.
El viaje había sido largo, aunque sin problemas. Fue dura la despedida para Martín. Muchos sentimientos encontrados, difíciles de describir. Fue como la sensación de que se abría la puerta de un mundo nuevo y desconocido pero, por otra parte, la sensación de dejar tantas cosas conocidas, lugares y, sobre todo, muchos amigos y familiares. Fue demasiado lo del aeropuerto de Bilbao. Había sido la manifestación del cariño de muchos años. El amor de tantos años expresado en un instante, casi sin palabras, en un adiós, en un beso, en un abrazo, en unas palabras de cariño y estímulo, en un «hastaluego», en una lágrima, en una foto, en un pequeño regalo, en una mirada, en una palabra, en un aplauso. Y, al enfilar el pasillo, junto con la sensación del «ya-no-veo-a-nadie-conocido», ocurrió la anécdota del paso de la aduana. La funcionaria les pregunta: «¿Son ustedes los famosos?». Ellos responden con una sonrisa. En ese instante Martín captó, como de un solo golpe, cuánto cariño dejaba atrás. Se sentía agradecido con sus “compañeros de camino”. Mantuvo el tipo delante de la gente. Sabía que otros también lo habían hecho. No lloró por fuera, pero sí por dentro, una vez que el avión despegó y sintió que se separaban los hilos de la vida. Recordaba las caras congestionadas de los hijos de los amigos más cercanos. Lo decían todo. Recordaba el llanto de Ana, una gran amiga. No la había visto antes así. El llanto también puede embellecer a las personas. Le pareció más hermosa que de costumbre. La mayoría esperaron allí hasta que desaparecieron en los vericuetos del aeropuerto. Es terrible ese momento de dar la espalda a las personas que uno más ama, con la sensación de no saber si los vas a ver otra vez o cuándo será la próxima oportunidad ni, como dice la canción, qué será de nuestras vidas. Martín sintió, como nunca, que el corazón se le partía y como un fuerte nudo en la garganta. La vida ya nunca sería igual. Era como un cambio de noventa grados en el itinerario que parecería más lógico y previsible para la mayoría.

Publicado en: http://www.bubok.com/libros/202350/ALEA-IACTA-EST
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