EL SALTO (5)

Terminada la escala, ya el sol subía por el horizonte iluminando y calentando el paisaje dominicano. El avión inicia su última etapa antes del destino final: Quito. Duración aproximada del vuelo, tres horas, así lo dice el piloto por los altavoces. El cielo está despejado y pueden observar paisajes nunca soñados: el mar Caribe, el continente sudamericano, lago Maracaibo, los Andes y sus nevados.
A la altura del lago Maracaibo, la azafata informa a Martín y Ramón que el piloto había autorizado su pedido de visitar la cabina. Gracias. Llegan, entran, saludan con los pilotos y copilotos, y dialogan sobre las rutinas del vuelo, aparatos, mapas de ruta, pilotos automáticos, etc. Desde la cabina, pudieron ver nítidamente el lago, con la forma en que antes sólo lo habían visto en los mapas, y ahora desde once mil metros de altura. Desde aquí, informan los pilotos, la ruta hasta Quito es recta y fácil, a pesar de viajar por encima de la línea de la cordillera de los Andes. A semejante altura, el sol está radiante; abajo se observan algunas nubes, pero que no ocultan las montañas. Los pilotos también les informan de que el clima en Quito está bueno. Después de un rato, Ramón y Martín se despiden de la tripulación de cabina y vuelven a sus puestos. Martín coge el libro que venía leyendo, lo abre, pero no puede leer. Está pensando, recordando la despedida del día anterior. Había sido la manifestación del amor de muchos años, expresado en un instante; amigos para siempre y para cualquier lugar en que nos toque vivir. Ahora, era necesario seguir adelante, en la confianza de que el amor nunca muere. Todas las demás cosas pueden desaparecer, pero no el amor cuando es auténtico. Es necesario; siempre es necesario seguir hacia delante, en cualquier circunstancia de la vida.
El paisaje, visto desde lo alto, era asombroso. El piloto avisó que estaban entrando en la República del Ecuador y que el nevado era el Cayambe. Majestuoso, cubierto por un reluciente manto blanco. Más adelante, ya iniciadas las maniobras de descenso, anunció el volcán Pichincha, guardián perpetuo de la ciudad de Quito y, al fondo, el Cotopaxi, otro monumento a la naturaleza, con más de cinco mil metros.
A las 9:45 aterrizó el avión en la pista del aeropuerto de Quito. Impresionante; parecía increíble cómo el avión pasaba entre las casas, las calles, casi tocando las antenas, casi ventilando a los peatones. Recordó Martín haber visto en la televisión, hacía algunos años, la noticia del accidente de un avión por entre aquellos barrios, causando más de doscientos muertos. Y ahí estaba la ciudad, tan novedosa para los viajantes, con su rutina habitual de buses, taxis, vehículos particulares, peatones, oficinas, trabajadores, desempleados, niños, ancianos, parques, calles, veredas, enfermos, deportistas, iglesias, alegres, tristes, naciendo, muriendo, estudiando, robando, construyendo, destruyendo, creyendo, renegando, arriesgando, esperando, desesperando, orando, llorando…

Publicado en: http://www.bubok.com/libros/202350/ALEA-IACTA-EST
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