Al día siguiente Martín se despertó con un fuerte constipado, tal vez fruto de tanto cambio de clima en tan poco tiempo: el frío del invierno europeo, el aire acondicionado del avión, el calor tropical de la escala, el clima cambiante de Quito, el caluroso y húmedo clima del trópico en plena temporada de lluvias…
Se despertó con un fuerte dolor de cabeza. Quería bajar a la ciudad, pero le fue imposible por la mañana. Tras la comida del mediodía se sintió mejor. Los demás del grupo tenían que ir a trabajar, así que él se quedó con los dos niños. El cielo estaba cubierto y corría el viento allá en la cima de la loma, así que estaba llevadero el clima. Todavía no estaba claro a qué se iba a dedicar. Otro asunto que le tenía pensando era sobre la casa que les estaban construyendo. A pesar de reducir una planta respecto del proyecto inicial —ahora sólo tendría dos plantas y no tres—, Martín había escuchado que era muy grande y que hacía mucho contraste con las casas del sector donde se estaba construyendo. Allí la mayoría de casas eran de madera, con techo de zinc. Y había escuchado que la gente de la ciudad opinaba que los ricos de la ciudad eran los curas y las monjas. Martín temía que también a ellos los clasificaran entre los ricos.
Finalmente, aquel día no pudieron ir a ver la construcción. Martín , recién llagado, estaba preocupado también por otras cosas. Le preocupaba la cuestión de la universidad. La propuesta inicial era que la comunidad colaborara en la docencia y en algunos puestos administrativos. Esto era positivo, pues permitiría al grupo vivir de su propio trabajo. Sin embargo, había mucha presión por parte del obispo y del pro-rector para que asumieran la responsabilidad total de la institución. Le preocupaba porque veía que, al igual que en el asunto de la casa, la situación era irreversible.
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